Corría el mes de octubre del año 2005, parecía una mañana cualquiera, una más de tantas, había que despertar a los chicos para ir a la escuela, preparar el desayuno para todos, mi esposo que se iba al trabajo, mis hicos a la escuela, algunos a la secundaria, otros a la primaria y los más pequeños seguían durmiendo porque cursan a la tarde.
Llega el medio día y comienzan a llegar a casa para poder almorzar todos juntos, cada uno de ellos tiene algo nuevo para contar, de sus problemas, conflictos, travesuras, pero hay no que plantea un tema que supera a los de los demás.
Él tenía 17 años y por mucho tiempo venía tratando de superar un conflicto con su director de la escuela. Ese día la sospecha de su director hacia él lo superó, de tal forma que no quería seguir estudiando, se sentía enojado, ofendido y dolido en su interior: “me dijeron que yo consumía droga y la llevaba a la escuela”, y que este directivo trataba de indagar en sus compañeros repitiendo esta frase. Traté por todos los medios de que él no tomara esta decisión tan definitiva, mis sueños estaban depositados en él.
Un joven con proyectos, inteligente, no porque yo sea su madre lo digo, pero tan sólo una vez escuchaba algo y era ya todo suficiente para que su mente lo grabara, lo asimilara y lo rindiera bien.
La decisión fue rotunda, y me dijo “o me sacás del colegio o termino mal” y salió del cuarto. Me quedé llorando sola un largo taro, parecía que el mundo por unos minutos se oscurecía, sólo podía ver oscuridad, es que soñé mucho con verlo recibirse, cumplir el deseo que ambos teníamos de que fuera abogado.
Con los sueños rotos, pensaba… al mayor de mis hijos no le interesaba la escuela, el segundo de ellos acababa de romperme el corazón, el tercero me decía “lo que pasa es que vos no sabés lo difícil que es hacer la secundaria, lo difícil que son las materias”.
¡Claro! ¿Qué iba a saberlo? Me casé a los 18 años y con el tiempo tuve 6 hijos. Sólo me dediqué a la casa y a la familia, me conformé con sólo haber cursado la primaria, no podía ayudarles en sus tareas escolares, eran desconocidas para mí.
Y estando en mi cuarto pensé…”tal vez sea yo la que quiere estudiar”. Me levanté de mi cama y me dije: “voy a estudiar y les voy a demostrar aunque sea difícil se puede”
En el mes de noviembre fui a la escuela Corrientes y me inscribí en el C.E.N.S.
El primer día de clase, fue como entrar a una pista de baile sin saber bailar, rodeada de jóvenes profesores, jóvenes alumnos, sólo éramos dos las mujeres mayores que estábamos en el curso, una abandonó a los pocos meses, y sólo quedé yo.
Tenía muchas cosas en contra, nunca había estado en una clase de inglés, en mi tiempo de escolaridad esa materia no se daba, “matemática” jamás me llevé bien con ella, mi libreta de primaria es testigo de esto, si no entendía la matemática común … ¿cómo iba a hace ahora con la nueva? ¡Ecuaciones, raíz, potenciación! Creo que me llegué a plantear qué estaba haciendo yo allí, pero si tengo una característica muy fuerte es que siempre que empiezo algo lo termino aunque me cueste trabajo hacerla.
Tenía un profesor de matemáticas recién recibido, que cuando le decía “esto no lo entiendo”, me respondía sonriente “Tranquila, ya lo vas a entender, ya vas a ver que se puede”, su aliento y mi deseo por aprender tuvieron su fruto.
Tuve todo tipo de profesores, pero más fueron los que se dedicaban por completo a los alumnos, los que día a día trataban de llevarnos de la mano hacia un mejor conocimiento.
Mi profe de lengua, que hoy es mi amiga, creo que nació para ser profesora, lo lleva en la sangre. Si cien veces le preguntaba las dudas con un “Bueno hombre”, característico en ella, respondía, podía consultarle de cualquier materia que tenía la capacidad intelectual de responderlo.
Mi profe de ciencias naturales, ella con su personalidad tan peculiar, extrovertida, tan única su vestimenta estilo hippie, su manera de sentarse cruzando las piernas como si fuésemos a sentarnos todos en su rueda en el piso y fumar la pipa de la paz, marcaron hondo en mi vida. Tan profesional lo suyo, pero tan humano y tan cerca de uno cuándo mas la necesitabas.
Ya no son sólo mis profesores, son mis amigos que todas las noches los vuelvo a encontrar.
Cuando comencé a cursar el primer año del polimodal mi hijo me dio una sorpresa y me dijo que quería hacer la escuela conmigo. Para mí fue un placer y un honor, verlo querer terminar sus estudios secundarios.
Eso no fue todo, mayor fue la sorpresa cuando a fin de ese año me llamaron a dirección y me informaron que había resultado primer escolta de la bandera nacional.
¡Yo, que sólo tenía 3 de calificación en la libreta de primaria en algunas materias! ¡Yo que siempre necesité maestra particular par rendir! ¡Yo que después de 26 años estaba haciendo la secundaria! Todo esto era un regalo de Dios, un premio a tanto dolor, y al esfuerzo, un orgullo como persona, como esposa y como mamá.
Ese último año de secundaria mi profesor de historia nos dio una charla: “Que el secundario sea el piso de la educación”, otro nos dijo “ustedes pueden lograrlo, aunque les resulte difícil porque tienen la capacidad para hacerlo”. Hubo una profesora que nos contó que ella trabajaba en el cementerio haciendo limpieza mientras estudiaba la carrera de inglés.
Mi promoción del año 2008 se llamó “I can” (se puede, yo puedo, tú puedes…). ¿Cómo no creer que se pueda y que haya un mañana mejor? Si la misma naturaleza nos enseña que cuando más oscura está la noche es porque está cerca el amanecer.
En el 2009 me inscribí en el Instituto Superior par tratar de concretar un sueño dormido: “ser profesora de historia”.
Hoy estoy cursando el tercer año de dicho profesorado, con dificultades, problemas como todos, pero si hay algo que la vida me enseñó, aún en los peores momentos es que…
“I can: YO PUEDO”.
Se puede.
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