Corría el mes de octubre del año 2005, parecía una mañana cualquiera, una más de tantas, había que despertar a los chicos para ir a la escuela, preparar el desayuno para todos, mi esposo que se iba al trabajo, mis hicos a la escuela, algunos a la secundaria, otros a la primaria y los más pequeños seguían durmiendo porque cursan a la tarde.
Llega el medio día y comienzan a llegar a casa para poder almorzar todos juntos, cada uno de ellos tiene algo nuevo para contar, de sus problemas, conflictos, travesuras, pero hay no que plantea un tema que supera a los de los demás.
Él tenía 17 años y por mucho tiempo venía tratando de superar un conflicto con su director de la escuela. Ese día la sospecha de su director hacia él lo superó, de tal forma que no quería seguir estudiando, se sentía enojado, ofendido y dolido en su interior: “me dijeron que yo consumía droga y la llevaba a la escuela”, y que este directivo trataba de indagar en sus compañeros repitiendo esta frase. Traté por todos los medios de que él no tomara esta decisión tan definitiva, mis sueños estaban depositados en él.
Un joven con proyectos, inteligente, no porque yo sea su madre lo digo, pero tan sólo una vez escuchaba algo y era ya todo suficiente para que su mente lo grabara, lo asimilara y lo rindiera bien.
La decisión fue rotunda, y me dijo “o me sacás del colegio o termino mal” y salió del cuarto. Me quedé llorando sola un largo taro, parecía que el mundo por unos minutos se oscurecía, sólo podía ver oscuridad, es que soñé mucho con verlo recibirse, cumplir el deseo que ambos teníamos de que fuera abogado.
Con los sueños rotos, pensaba… al mayor de mis hijos no le interesaba la escuela, el segundo de ellos acababa de romperme el corazón, el tercero me decía “lo que pasa es que vos no sabés lo difícil que es hacer la secundaria, lo difícil que son las materias”.
¡Claro! ¿Qué iba a saberlo? Me casé a los 18 años y con el tiempo tuve 6 hijos. Sólo me dediqué a la casa y a la familia, me conformé con sólo haber cursado la primaria, no podía ayudarles en sus tareas escolares, eran desconocidas para mí.
Y estando en mi cuarto pensé…”tal vez sea yo la que quiere estudiar”. Me levanté de mi cama y me dije: “voy a estudiar y les voy a demostrar aunque sea difícil se puede”
En el mes de noviembre fui a la escuela Corrientes y me inscribí en el C.E.N.S.
El primer día de clase, fue como entrar a una pista de baile sin saber bailar, rodeada de jóvenes profesores, jóvenes alumnos, sólo éramos dos las mujeres mayores que estábamos en el curso, una abandonó a los pocos meses, y sólo quedé yo.
Tenía muchas cosas en contra, nunca había estado en una clase de inglés, en mi tiempo de escolaridad esa materia no se daba, “matemática” jamás me llevé bien con ella, mi libreta de primaria es testigo de esto, si no entendía la matemática común … ¿cómo iba a hace ahora con la nueva? ¡Ecuaciones, raíz, potenciación! Creo que me llegué a plantear qué estaba haciendo yo allí, pero si tengo una característica muy fuerte es que siempre que empiezo algo lo termino aunque me cueste trabajo hacerla.
Tenía un profesor de matemáticas recién recibido, que cuando le decía “esto no lo entiendo”, me respondía sonriente “Tranquila, ya lo vas a entender, ya vas a ver que se puede”, su aliento y mi deseo por aprender tuvieron su fruto.
Tuve todo tipo de profesores, pero más fueron los que se dedicaban por completo a los alumnos, los que día a día trataban de llevarnos de la mano hacia un mejor conocimiento.
Mi profe de lengua, que hoy es mi amiga, creo que nació para ser profesora, lo lleva en la sangre. Si cien veces le preguntaba las dudas con un “Bueno hombre”, característico en ella, respondía, podía consultarle de cualquier materia que tenía la capacidad intelectual de responderlo.
Mi profe de ciencias naturales, ella con su personalidad tan peculiar, extrovertida, tan única su vestimenta estilo hippie, su manera de sentarse cruzando las piernas como si fuésemos a sentarnos todos en su rueda en el piso y fumar la pipa de la paz, marcaron hondo en mi vida. Tan profesional lo suyo, pero tan humano y tan cerca de uno cuándo mas la necesitabas.
Ya no son sólo mis profesores, son mis amigos que todas las noches los vuelvo a encontrar.
Cuando comencé a cursar el primer año del polimodal mi hijo me dio una sorpresa y me dijo que quería hacer la escuela conmigo. Para mí fue un placer y un honor, verlo querer terminar sus estudios secundarios.
Eso no fue todo, mayor fue la sorpresa cuando a fin de ese año me llamaron a dirección y me informaron que había resultado primer escolta de la bandera nacional.
¡Yo, que sólo tenía 3 de calificación en la libreta de primaria en algunas materias! ¡Yo que siempre necesité maestra particular par rendir! ¡Yo que después de 26 años estaba haciendo la secundaria! Todo esto era un regalo de Dios, un premio a tanto dolor, y al esfuerzo, un orgullo como persona, como esposa y como mamá.
Ese último año de secundaria mi profesor de historia nos dio una charla: “Que el secundario sea el piso de la educación”, otro nos dijo “ustedes pueden lograrlo, aunque les resulte difícil porque tienen la capacidad para hacerlo”. Hubo una profesora que nos contó que ella trabajaba en el cementerio haciendo limpieza mientras estudiaba la carrera de inglés.
Mi promoción del año 2008 se llamó “I can” (se puede, yo puedo, tú puedes…). ¿Cómo no creer que se pueda y que haya un mañana mejor? Si la misma naturaleza nos enseña que cuando más oscura está la noche es porque está cerca el amanecer.
En el 2009 me inscribí en el Instituto Superior par tratar de concretar un sueño dormido: “ser profesora de historia”.
Hoy estoy cursando el tercer año de dicho profesorado, con dificultades, problemas como todos, pero si hay algo que la vida me enseñó, aún en los peores momentos es que…
“I can: YO PUEDO”.
Se puede.
Este es un epacio para compartir nuestras experiencias en la escuela
viernes, 2 de septiembre de 2011
miércoles, 8 de junio de 2011
Pecas Tristes
Este breve relato se sitúa en setiembre, un mes de sentimientos encontrados, en el cual etiquetamos el momento como buenos días y buenas tardes de flores y sonrisas, así como preferimos sentir instantes dinámicos, provechosos, floreciendo de un crudo invierno. Aún así, lejos del fulgor de aquella estación, un día cualquiera de primavera, noté en el grupo de alumnos que un capullo no florecía como los demás, siendo esta observación no difundida, porque sentía que mi poca experiencia y también mi escasa autoridad-hablando como si se tratara de un poder transcendental- en aquel momento transcurrido en un aula, no sería de vital importancia en el desarrollo de mis prácticas educativas.
Él era un adolescente de unos 13 o 14 años, recuerdo todavía su nombre: Agustín. Era chiquito de estatura y nada tímido, siempre estaba integrado en todo, y a pesar de no tornarse invisible en el aula, su característica más peculiar era que su rostro estaba cubierto de pecas, sin echar de menos sus ojos plenos de entusiasmo y alegría, y su persona, joven a más no poder, llena de vitalidad. Como todo pequeño que transita su pubertad, revolucionaba día a día el curso, con sus compañeros era un fiel compinche; como alumno, era respetuoso y también muy inquieto, en las clases debía estar llamándole la atención.
Todos los días, cuando salía de la sala de profesores y me dirigía hacia el aula, tenía que esperar que los alumnos entraran al curso, ya que estaban dispersos recién llegando del recreo; él era siempre el primero en saludarme y se encontraba adentro del aula en su banco, como si esperara ansioso la hora de matemática. Recuerdo que algunas veces gentilmente me ayudaba a cargar el maletín y mis materiales. Era muy atento, y desde el momento en que ya pude diferenciarlos y conocerlos por sus nombres, sin querer y sin menospreciar al resto, internamente lo catalogué como uno de mis “alumnos favoritos”. Será que uno empieza a transitar un nuevo camino y lo que más desea y pretende en ese determinado momento es tener la aprobación y la aceptación de alguno de estos adolescentes antipáticos, o será otra la sensación que sentí en ese comienzo de mis prácticas, la verdad, es que hoy no lo sabría explicar.
En ese tiempo que necesitaba ser como una esponja que todo lo absorbe, intentaba no olvidar ningún detalle, aprender lo máximo y aceptar los consejos que me regalaban mis colegas ya que ellos tenían experiencia en el contexto institucional y escolar, me esforzaba para entender a cada alumno con sus problemáticas, de recolectar la mayor información posible de cada uno, y conocer los problemas de aprendizaje, todo este trabajo que me servía para realizar un diagnóstico que en pocos días me pudiera ser de ayuda una vez que empezara a dar las clases. Como todo practicante, me esmeraba para entender el proceso de enseñanza-aprendizaje y comprender como funcionaba realmente, para así poder ayudar a todos los alumnos y atender a sus necesidades. Hoy, algunos de los recuerdos que me vienen a la mente, es que Agustín como alumno participaba y se esforzaba por contestar rápido y concisamente las preguntas que se hacían a la totalidad del grupo, como también se comprometía a diario con la materia y obtenía buenas notas, realizaba los cálculos que se le pedía, terminaba su tarea, para llevarse la tarea visada en el mismo día, veíamos en aquel entonces el tema potenciación con números enteros. A mi entender, él era un buen alumno.
Hasta ese día, todo se tornaba normal, sin sobresaltos, apacible, por decirlo de algún modo. Pero toda esa tranquilidad iba a cambiar de rumbo, como cuando en un día amable aparece sin meditar, una lluvia tempestuosa. Al día siguiente, me dirigí al aula como lo hacía siempre, ingresé al aula, y me pareció que Agustín no había asistido a clases. Hice mis tareas diarias obligatorias, como borrar el pizarrón y entregar algunos trabajos que me había llevado a casa para corregir, luego, tomé la lista de alumnos para corroborar quienes estaban presentes y anotar los ausentes. Cuando estaba tomando lista, y nombré el apellido de Agustín, dirigí mi vista hacia su banco, y ahí estaba él: sentado de mala gana en su silla, con el cuerpo sobre el banco y con una cara de “¿porqué a mí?”. Noté una extraña sombra en aquel rostro con pecas tan vivaz, así como si una nube lloviera sobre él, y se hubiera sentido reflejado en una oscuridad absoluta. Todos los apreciábamos sorprendidos, como si fuera un cristal que en cualquier instante se trozaría por completo. Seguí con mi clase como usualmente lo hacía, y una vez que tocó el timbre del recreo para salir al patio, los alumnos salieron como a menudo lo hacían, desperados como pajaritos que los liberan de su jaula. Él seguía inmóvil en su banco como lo había hecho por toda la hora, me acerqué despacio y una vez que me miró, le pregunté si se encontraba bien, me respondió con un “si” débil, sin ganas de nada; atiné a brindarle una leve sonrisa, como agradeciendo esa pequeña y tan corta palabra, que sin demostrar nada, para mi significaría mucho. Di la vuelta y comencé a caminar alejándome del curso, preguntándome una y mil veces porque no me había animado a decirle alguna otra cosa, encontrando en él algún indicio de mejoría anímica, o al menos unas pocas palabras. Me sentía decepcionada de mi misma por no poder enfrentarlo, por no poder brindarle alguna palabra de aliento o darle un espacio para que intentara hablarme y conocer su situación, y ayudarlo de algún modo. Sólo me acordaba de ese instante, que fue tan fugaz, suponía que tampoco quería indagar sobre algo de lo que él no quisiera hablar. ¡Me tenía tan preocupada!, que me decía a mi misma: ¿Cómo no poder brindarle unas palabras? ¿Cómo no encontré la forma de darle un consejo?, todas eran preguntas en mi cabeza, y tristemente, no salían a la luz las respuestas.
Al otro día, ingresé al aula, confiada de que allí estaría Agustín en la puerta del aula, esperando la hora de matemática. Me alarmé al no notar su presencia. Terminada la clase, hablé con la profesora y le conté lo que había sucedido, aquella situación que me había dejado pensando sin encontrar alguna solución, tal como lo hacía al resolver un problema de ecuaciones. Le pregunté que es lo que podría haber sido la causa de tan abrupto cambio de humor en el alumno. Ella también lo había notado, y nos dirigimos juntas a averiguar alguna pista de esta situación, que por cierto, nos tenía a ambas preocupadas por demás. Nos enteramos por medio de la asistente social que trabajaba en la escuela, que el hermano de Agustín hacía poco que estaba en el hospital por una enfermedad grave y que ayer se le había dado la noticia de que su padre también se encontraba en grave estado, debido a un tumor maligno. Quedé desconcertada, entendiendo de a poco esta terrible noticia. Ni siquiera pude ponerme en su lugar, era un hecho que realmente lo había golpeado en donde más dolía: la propia familia. Entendía a medias lo que podía pasar por la mente de Agustín en esos momentos, y me sentía infeliz por no haber entendido algo en aquel pequeño lapso de tiempo. Ese día, volví a mi casa, reiterando toda esa rutina en mi mente, sin poder comprender cómo no pude al menos intentar compartir su dolor. Quizás, tal vez, acaso, ya era tarde, y me sentía culpable y hasta herida, por haber actuado así.
Este es el final de mi relato, en donde miro hacia atrás y encuentro todavía estas realidades pasadas. Realidades que tienen como protagonistas a personas. Personas que se pueden equivocar.
miércoles, 1 de junio de 2011
“Mi gigantesca y pequeña aula de primer grado”
Estoy totalmente segura que uno de mis recuerdos más hermoso, extrañable y significativo fue el cursado de mi primer grado.
Con seis años de edad comencé mi primer grado, en una escuela que queda a sólo cuatro cuadras de mi casa, no recuerdo muchos los detalles, pero lo que si recuerdo hasta el día de hoy y seguramente lo recordaré toda mi vida, fue a mi Maestro José, una persona adorable, cariñosa y querida por todos mis compañeros.
Durante el año, él nos festejaba el cumpleaños a cada unos de nosotros en el grado, con la compañía de las madres, cada niño y en especial yo esperábamos con muchísima ansiedad que llegara nuestro día de cumpleaños, por que por lo menos yo sabría que toda su atención estaría en mí. Es un poco gracioso, pero cuando somos chicos tenemos esas actitudes, de querer que la persona que queremos nos preste atención a nosotros solamente.
A 22 años de haberlo vivido, tengo el recuerdo en mi memoria como si hubiese sido el año pasado.
Hoy tengo 28 años y soy docente, no se si es mi vocación pero es lo que me gusta hacer, doy clases en primer grado ¿qué justo no? Habrá sido la vuelta de la vida que me puso en este camino y el destino que de siete grados me tocara primero, yo creo que algo de eso hay.
Hace pocos días atrás tuve una experiencia rarísima, llegó a la escuela donde trabajo y nos habían dejado una invitación para las maestras de primer grado de EGB, para que asistiéramos a una capacitación docente, esta se iba a dictar en la escuela Juan Crisóstomo Lafinur, justamente donde yo realicé mi primaria.
Apenas entre a la escuela, tuve como un remolino de recuerdo que daba vueltas por mi cuerpo, veía a mis maestras, sentía a mis compañeros, escuchaba los gritos de la celadora, que por cierto es imposible olvidarlos, por que vivía gritando (que haces en la cocina, qué necesitas, estoy muy ocupada ahora, etc.) y era a la que más temor le tenían todos los alumnos.
La capacitadora nos llamaba desde la puerta de un grado, apenas miré hacia ella me di cuenta que nos reuniríamos en primer grado, después de tanto años volví a entrar al que fue mi primer grado, no lo podía creer, el grado que por tantos años lo recordaba como un cuadrado gigantesco, era tan solo un lugar de seis metros por seis metros, las largas filas de bancos donde nos sentábamos con mis compañeros no eran mas de tres filas con cinco bancos uno de tras de otro, y lo más impresionante fue ver que el enorme pizarrón donde aprendimos a escribir, leer y dibujar no era más que un pedazo de la misma pared pintada de negro y que no tiene mas de dos metros y medio de largo.
Esto causo en mi una nostalgia increíble, pero al mismo tiempo esta situación hizo que me pusiera a pensar en como cambia las visión de las cosas de cuando somos chicos, que parece que fuese todo grande y largo, a la de cuando somos grandes. Por eso a veces debemos entender a los más chiquitos y sobre todo recordar que nosotros también fuimos chicos, y tratar de pensar cuáles eran esa cosas que nos gustaba hacer, para ahora hacerlas con los alumnos y que de una forma u otra volvamos a vivir esos recuerdos tan lindo que tenemos de nuestra escuela primaria.
Lo más importante es que voy a seguir recordando esa aula de primer grado, como el gigantesco cuadrado que significó mucho para, pero que fue además donde yo aprendí un montón y fui tan feliz
viernes, 27 de mayo de 2011
EL TIEMPO PASA
Me gustaría que los lectores se tomen un tiempito y lean la autobiografía sobre mi propia trayectoria escolar hasta llegar a cumplir mi meta, que es la de ser una profesora de matemática.
Al principio les aseguro que cuesta empezar a escribir la escritura, pero una vez que se arranca, se vienen diferentes instantes y situaciones a la mente.
Desde ya, espero que les sirva de ejemplo o de ayuda mi relato y les agradezco por el tiempo dedicado.
Era un día viernes ya de regreso a mi casa, después de haberme juntado con mis ex compañeras del terciario (un grupo constituido por seis mujeres, incluyéndome, de diferentes edades y todas con la misma meta cumplida o por cumplir que es la de ser o llegar hacer profesoras de matemática) ya recostada en la cama, desvelada y después de haber hecho dormir a mi pequeño hijo Lautaro de tan sólo tres meses y medio, me puse a pensar en aquella frase que dijo una de las chicas y que quedo rodeando en la heladería; lugar que elegimos para ir a tomar el postre; “ya tres años han pasado desde que terminamos de cursar”; ya tres años, como pasa el tiempo fueron mis palabras y por unos segundos todo quedo en silencio, luego se siguió conversando de otros temas.
Y así fue que inspirada y pensando en esas palabras busque un papel y una lapicera y me puse a escribir todos los momentos que se venían a la mente desde aquel primer momento que decidí lo que iba a seguir estudiando hasta llegar a lo que soy ahora.
Como olvidar ya en quinto y último año de la secundaria, el primer día en que por primera vez entraba por la puerta del curso la profesora de matemática, una profesora que con su forma de presentarse, de comunicarse, de expresarse, de mirar y de explicar conquisto mis deseos de considerarla mi modelo para mi aprendizaje, cada día que pasaba con su presencia y enseñanza conquistaba y despertaba cada vez más mi amor e interés hacia la matemática y fue así que ayudo a mi mente a tomar la última decisión de la carrera que quería empezar a estudiar para mi lograr mi futuro profesional. Ya que también primeramente concurrí a la famosa oferta educativa, y opte por otras carreras; opciones que no me ayudaron para nada a decidirme.
Cuando les conté a mis compañeras de quinto se pusieron re contentas y me apoyaban en la decisión que había tomado, porque ellas se habían dado cuenta que en temas relacionados con la matemática no tenia dificultad y que debía solo esforzarme para lograrlo. También mi familia se alegro mucho de que siguiera estudiando y mi madrina de confirmación me apoyo desde un principio.
Hasta el día de hoy se recuerda con ex compañeras de la secundaria, mis amigas en la actualidad, que era yo quien les explicaba los ejercicios de matemática cuando no los entendían, porque era en la materia que menos dificultad tenia para estudiar. Es así, que no me olvido de un tema que nos enseñaron; La regla de Ruffini, valga la coincidencia que este fue el tema que tuve que preparar para las clases de polimodal para las prácticas.
A pesar de que estábamos en el último año de la secundaria, con todo el tema del buzo, la remera, el color del vestido para la fiesta de egresados y la elección del lugar donde iríamos de viaje de egresados, me averigüe donde podía estudiar, porque no tenía ni idea que terciarios existían para dicha actividad. Fui al terciario de Rivadavia y me informan cuando eran las inscripciones, pero que tenía que preparar y estudiar un cuadernillo para rendir y si rendía mal, no podía inscribirme. Entonces pensé, no tenía mucho tiempo ya que estábamos en diciembre y no recuerdo si se rendía en febrero o marzo, y el otro obstáculo era que si rendía mal perdía un año de estudio, que no era lo que quería, sino que la idea era seguir estudiando sin interrumpir el ritmo que traía de la secundaria y la gente me decía que ya no es lo mismo cuando te frenas un año, como que después de ese descanso cuesta arrancar y podía llegar a pasar más años sin estudiar. Hasta que una compañera se averiguo que existía un instituto llamado donde estaba la carrera de matemática, así fue que una tarde me arrime a averiguar y me atendió la bedel, una señora mayor que ya no está más entre nosotros, y me explico cómo funcionaba ese instituto; por un lado recuerdo que me convenció la idea de estudiar allí porque se cursaba después de las dieciséis hora, hora que me convenía para poder trabajar en la mañana y otra era que se cursaba el pre en los meses de febrero y marzo con cierta asistencia obligatoria, cumplir con los trabajos prácticos completos y si se rendía mal no era eliminatorio, si nivelatorio, por lo citado anteriormente y ya que también el lugar me quedaba cerca de mi casa decidí emprender mi estudio en dicha institución.
Con el fin de tener un título empecé a cursar el pre, al principio era todo un descubrimiento, algo totalmente nuevo. Lo inolvidable fue empezar el primer día de clases y no sentirme sola porque en el curso en una silla sentada estaba una compañera que había cursado conmigo quinto año, no dude un segundo en sentarme con ella, en ese primer año y con el paso del tiempo fuimos formando un grupo más grande, que con ellos nos juntábamos a estudiar y en vez de cuando salíamos a bailar o a algún café. Así también varios fueron dejando la carrera ya sea porque les resultaba difícil, o porque se daban cuenta que no era lo que querían seguir estudiando y se cambiaban a otra, a fin de año el número de alumnos se redujo en gran medida. Por algunas injusticias que pasaron, obvio que no sirve de nada contar en este momento, desaprobé el parcial en una materia; pero esta situación tuvo su pro y su contra, su contra es que perdí un año, y su pro que al comenzar a recursar esa materia conocí un grupo de personas con una calidad humana muy grande y muy cálida, que a través de ellas y con el apoyo de todas las personas que confiaron en mí, pude crecer como estudiante y también como una persona adulta.
Me tomo este párrafo para escribir y contarles lo que sucedió después del primer año de cursar con la compañera y amiga que me senté en aquel primer día de clases, con la que estudie todo el año y con la que compartí salidas, porque ella también fue una que casi paso por la misma situación que la mía, la de recursar una materia, y fue una de las que se cambio de carrera y decide a fin de año estudiar para maestra, así que me abandona en el comienza del próximo año. Es difícil y muy triste contar que luego de un año en que ella curso para maestra en otro establecimiento y ya rendido todas las materias bien, pasando a segundo año y preparando el final de matemática para rendir en las vacaciones de verano, enterarme la mañana del día de reyes de una de las peores noticias que había escuchado en mi vida. Es inexplicable que una persona tan especial y humilde ya no esté entre nosotros tan solo por la culpa de otra persona que andaba por la calle de noche con su camioneta y sin luces.
A pesar de esta difícil situación, empecé segundo año, también al principio fue un dificultoso y raro porque era volver a conocer otro grupo de personas, pero la verdad que al poco tiempo ya habíamos formado otro pequeño grupo con el que compartíamos estudios, charlas y juntadas. Siento que no soy antisocial y ese factor ayuda un poco más a llevarme con la gente. En este nuevo grupo empecé a juntarme con Melisa y Marcela, ellas venían de Rivadavia y no cursaban todas las materias como yo, y así formamos el nuevo trío, que no nos separamos desde ese día, cierto es que ya no nos juntamos como antes y es porque ya Melisa se casó y tiene una hermosa hija llamada Lila y Marcela está trabajando, tiene marido y una bella hija llamada Katherina. Luego todos los integrantes del curso éramos solo un grupo, que nos apoyábamos y ayudábamos los unos a los otros sin pedir nada a cambio. Sin problemas y cada vez más unidos concluimos segundo año. Entre libros, charlas, preparando las materias para rendir primero los parciales y luego aprobado estos, rendir los finales pasamos tercer año, y así cuando quisimos ver con el mismo grupo ya estábamos en cuarto año. De este último año se me viene a la mente el momento en que preparamos la cena de los alumnos de diferentes años y carreras que se egresaban ese año, donde nos pasamos toda la tarde preparando el salón con telas colgando desde el techo por todas partes, los globos, las risas. También compartir la emoción de tres compañeras que participaban en la bandera y esa misma noche les hacían la misa para entregarles la bandera correspondiente. Al final de todo esto y de diferentes situaciones compartidas era penoso pensar que ya no iba ser lo mismo cuando termináramos de cursar, que la vida por diferentes circunstancias nos iba a separar.
Ya la etapa del cursado había terminado, ahora cada una debía ponerse las pilas para estudiar y así recibirse. Un par de chicas se recibieron al año próximo. En mi situación para hacer las prácticas, después de rendir la materia temida por la mayoría de los estudiantes, o la conocida materia, física uno, que nos traba para realizar las prácticas la pude realizar al año siguiente. Cuando finalice las prácticas y pude volcar a través de no sólo lo disciplinar, sino de todo lo pedagógico que había aprendido durante estos años, puedo afirmar que no me equivoqué al tomar la decisión cuando ya en quinto año de la secundaria decidí que quería seguir estudiando para ser una profesora de matemática, como la que un día entro al curso y conquisto mi vocación de ser docente. La etapa de las prácticas profesionales fue extraordinaria y vale destacar que le puse muchas ganas y esfuerzo, que al finalizarlas las profesoras que me evaluaron vieron lo que hice, que la palabra felicitaciones fue mi aliento para terminar de preparar las últimas dos materias que me quedaban para recibirme. Después de unas vacaciones de verano estudiando entre teoría, ejercicios y libros, un 16 de marzo rendí mi última materia y me esperaba a la salida del instituto los ingredientes para quedar lo más parecido a una tarta. Mi meta ese día había concluido, luego de un largo esfuerzo y de estudio.
Luego de dicha situación tuve que empezar con todos los trámites, por empezar después de una larga espera, allá por fines del mes de octubre pude obtener mi analítico con el título, recuerdo que en ese entonces estaba embarazada de cinco meses, y recién ahí pude tramitar el bono y pude realizar en diciembre el psicofísico, igual en este tiempo estaba dando clases en unos cursos que dicta una fundación y ya era mi segundo año que me ejercía como profesora de matemática. La panza crecía, se terminaba el año y no podía presentarme en primer llamado porque para ello me faltaba el psicofísico. La cuestión es que en febrero recién logre tener todos los papeles completos.
Les cuento que en el transcurso de todo este papelerío, el 29 de enero del 2.011 nace mi hijo, que es un sol que transmite su paz y nos alegra todos los días con su presencia.
El ser docente al fin, pude experimentarlo y volcar todo lo aprendido a mediados de marzo, que me presente a un llamado en una escuela de comercio, en la cual pude tomar las doce horas donde trabajé tan sólo un mes.
Terminando de contar mi historia en el paso del tiempo, en la cual no tengo mucha experiencia como docente, pero basta para darme cuenta qué nunca se termina de aprender y cada día que pasa se aprende algo nuevo, por eso ya recibida sigo aprendiendo y siento que a través de mi enseñanza, ya sea en los contenidos conceptuales como actitudinales, puedo enseñarles a otras personas y que puedan aprender a través de mis palabras, les aseguro que esta situación fortifica mi alma. Cuando una alumna me preguntó ¿se nota que le gusta y sabe acerca de matemática?, yo le contesté lo que una vez dijo una profesora en una charla en rol docente, que sabemos de matemática tan sólo un pequeñísimo puntito de lo que ocupa este en toda una pizarra y por otra parte trato de hacerles transmitir a través de mis explicaciones, lo más caseras posible para que ellos no vean a esta área como un monstruo y así desaparecer en ellos el miedo al estudiarla y despertar las ganas de aprender.
Volviendo al principio y re leyendo este relato, la verdad que el tiempo ha pasado…
Una clase para recordar
Recuerdo que hace varios años atrás, en mi tránsito por la carrera de psicopedagogía, una profesora llegó una tarde anunciándonos que era el día del hermano y nos obsequió una poesía de la Madre Teresa de Calcuta. En ese momento la leí, me gustó mucho y decidí guardarla. Hoy después de muchos años, descubrí que en la vida las cosas no pasan por casualidad sino, por causalidad. El haber recibido el poema justo en ese día y posteriormente, el haberlo guardado por tanto tiempo, tenía una razón de ser.
Era marzo del 2010 cuando comenzaba mi tránsito por el tercer año de Lengua y Literatura. Pero ese inicio no era como los anteriores. Era distinto para mi, al frente de la clase estaría mi única hermana, dieciocho años mayor que yo. Es difícil de explicarlo pero fueron muchas las sensaciones y sentimientos que por mi mente se entrecruzaron.
He sido alumna por más de 20 años y se perfectamente que implica estar en ese rol y, puedo asegurar, que hasta ese día había sabido desenvolverme en él perfectamente. Pero en ese momento las cosas habían cambiado un poco. Jamás me había puesto a pensar y ni siquiera, había imaginado como funcionaría yo como alumna de mi propia hermana.
Por mi mente pasaron miles de conjeturas y fueron varias las noches que dedique a hipotetizar esta nueva y desconocida situación. ¿Cómo sería ella como profesora?, calculé que hablaría fuerte como de costumbre y que seguramente daría la sensación de que impone cuando en realidad solo está hablando normalmente. Me pregunté cómo me dirigiría a ella, un ser tan familiar en mi vida, un sujeto que conoce hasta mis más íntimos secretos, una persona a la que amo profundamente y con la que he compartido toda mi corta, pero agitada vida; con la cual he reído, llorado, peleado, discutido, jugado.
Cómo haría para desprenderme de todo eso y para ser sólo su alumna en un contexto institucional. También dudaba de lo que mis compañeros pensarían al respecto. Calculé que más de uno estaría convencido de que yo sacaría provecho de la situación y esto verdaderamente me atormentaba. Sentía que debería esforzarme el doble con ella para demostrarles a los demás que nadie me estaba regalando la materia.
Pensaba si a ella le incomodaría mi presencia o si acaso ella se sentiría de algún modo expuesta o evaluada como docente frente a mi persona. Pero descubrí que en realidad la que tenía temor de ser evaluada, analizada y expuesta, no era más que yo. Me sentía como a punto de dar examen, no quería fallar en nada, calculo que en el fondo no quería decepcionarla como alumna, faceta que ella no conocía de mi, la única faceta, creo yo que me pertenecía y que hoy iba a revelársela. La ansiedad invadía mi cuerpo, de por si soy una persona sumamente ansiosa y esta situación elevo aún más mis niveles, al punto tal, de hacerme sentir incómoda.
Llegué al aula y ella ya estaba allí, sentada junto a su pareja pedagógica. Eso me relajó, pensé en dirigirme permanentemente a la otra profesora y problema resuelto. Pero para mi desgracia, mi hermana tomo el mando de la clase, como de costumbre, y no me quedó otra opción que ser su alumna. Era hora de presentarse, ella dio el punta pie inicial diciendo su nombre y luego, dio la batería de títulos obtenidos y la enorme experiencia que con poca edad posee. Estas cosas para mi no eran agenas, he participado de todos sus logros pero, escucharlos todos juntos y en esta situación debo decir que me sorprendieron y me llenaron de orgullo pero agudizaron mi sensación de inseguridad frente a ella. La igualdad que disfrutaba siendo sólo hermana se perdía bajo la jerarquía docente - alumno.
Llegó el turno de que los alumnos se presentaran. Me parecía patético contarle a mi hermana quien era yo, ¿qué iba a decirle?
- Soy V. L., la misma persona que te hacía rabiar por las noches porque nos tocó compartir la habitación sólo que ahora, tengo unos años más.
Me parecía hasta ridículo. Pero ella una vez más solucionó mi problema y me sorprendió con una técnica de presentación que no se me hubiese ocurrido nunca.
Nos pidió que nos reuniéramos en grupo deacuerdo a nuestro signo del zodiaco y nos repartió una fotocopia en la que se describían los rasgos de personalidad del signo correspondiente al grupo. Luego debíamos debatir con nuestros compañeros cuáles eran los rasgos que compartíamos y en cuáles diferíamos y, a partir de esos rasgos, armar nuestra presentación.
La actividad resultó ser muy divertida, inclusive hasta para una alumna que por cuestiones religiosas no cree en los signos. Descubrí muchas cosas que tenía en común con compañeros de dos años, afinidades que quizá nunca imaginé que existieran. Reflexioné acerca de aspectos de mi personalidad en los cuales nunca me había detenido a pensar. Lo mejor fue cuando expuse mi signo, fue como una charla, lo que me parecía que iba a ser ridículo terminó siendo muy agradable y mi hermana, hizo acotaciones interesantes y graciosas respecto de mi personalidad.
Cuando quise acordar la hora que me había torturado días y noches se había terminado. Ese día volví a aquella poesía que me habían dado justamente en el día del hermano. Mi nueva y tan conocida docente ejemplificaba aquellas palabras:
Enseñarás a volar
Pero no volarán tú vuelo,
Enseñarás a vivir,
Pero no vivirán tú vida,
Sin embargo…
En cada vuelo,
En cada sueño,
En cada vida,
Perdurará siempre la huella
Del camino enseñado.
Aplazamiento colectivo
Fue el día mas frio de ese año cursaba tercero del polimodal, habíamos realizado la presentación de las camperas de promoción hacía varios días. Teníamos evaluación de formación ética y ciudadana, materia q me encantaba y en la que me iba muy bien. Lo que sucedió ese día fue, nos juntamos todos los compañeros o la gran mayoría de ellos como de costumbre en la esquina de la escuela o bien en la plaza, varios de mis compañeros comenzaron a decir que no entremos ese día a la escuela porque la prueba de formación ética, varios dijeron que si la cuestión era “entramos todos o no entra nadie”, y no entro nadie, yo también me prendí a pesar de que había estudiado, nos fuimos todo el curso a acepción de una sola compañera que habías llegado tarde y no sabía lo que sucedía. Nos fuimos pasamos un día agradable entre amigos y compañeros, todos pensábamos que a la próxima clase la profesora nos tomaría la evaluación como habitualmente se hacía en que caso de que falten muchos alumnos.
El problema estuvo en que la profesora, que cabe destacar que es una de las mejores en su haber y no teníamos nada contra ella, al día siguiente nos encontramos con retos de la directora y de la preceptora pero no solo eso la profe se había enojado como nunca con todo el curso, le comunico a la directora lo sucedido, tomo el examen a la única alumna que tenía en el aula y nos dio la posibilidad de un compensatorio por lo que solo contábamos con la nota de dos trabajos prácticos promediados con un uno de evolución de eje, ese eje estuvimos todos desaprobados incluyendo los que teníamos buenas notas y participación en su materia y los abanderados.
La profe a pesar de su enojo, en el que tenía toda la razón, le dolió un montón desaprobarnos de esa manera, ya que no era la primera vez que la teníamos como profesora y nos conocía bastante a la mayoría, sabía que éramos un grupo aplicado que tal vez no lo merecíamos pero que levantaríamos la mala nota y nos serviría de lección.
Al enterarnos que estábamos todos desaprobados la primera reacción nuestra fue de protesta y enojo, luego hablamos todos con la profe y la entendimos, no nos quedo más que aceptar la nota que nos merecíamos castigo por no haber cumplido y haber desobedecido. Los siguientes dos ejes hicimos lo correcto y si mal no recuerdo todos tuvimos muy buenas notas con ella.
Esta experiencia nos sirvió a muchos, no volvimos a hacer la misma gracia a ningún otro profesor, nos hizo ser más responsables y actuar con madurez.
“De cómo una agresión se transformó en una buena lección”
Desde que me trabajo, hace casi tres años, mi carácter y mi postura como docente fueron formándose día a día; las experiencias buenas y no tan buenas fueron educándome en la docente que hoy soy. Soy consciente que con el pasar de los años, las experiencias harán de mí, la docente que sea en ese momento. Reflexionar las buenas y no tan buenas experiencias; han hecho que crezca como persona y, por ende, como docente.
En éstos tres años he tenido que reflexionar un sin fin de experiencias muy buenas y algunas, muy pocas, no tan buenas; salvo este año; que el destino puso frente a mí una situación bastante dolorosa y cuyo enfrentamiento requería de mí una cierta postura que muy pocas veces he tenido de adoptar.
Si quisiera clasificar, en caso de ser posible, esta experiencia; en un primer momento, diría que fue extremadamente negativa; pero si me detengo a pensar en lo que gané a partir de ella; diría que fue una experiencia muy positiva.
A mediados del mes de abril llegué a la escuela como todos los días, con mucho entusiasmo y predisposición. Mis alumnos de primer año de polimodal tienen bastantes problemas de disciplina; y desde que comenzaron las clases vienen ejerciendo cierto tipo de actitudes que hacen que, a veces, sea muy difícil (por no decir casi imposible) dar clases. Desde principio de año, he tenido varias charlas con el grupo completo y con ciertas personas; he intentado por todos los medios lograr que comprendan que deben comportarse de manera diferente; que deben respetar la autoridad y hacer valer tanto sus derechos como sus obligaciones. Los problemas con este curso su vienen suscitando desde el inicio del año y en todos los espacios curriculares. Nunca he recurrido a las amonestaciones; porque considero que debo hacer uso de esta herramienta, una vez que haya agotado las anteriores instancias. Es por eso que, un miércoles, decidí que ya no había manera de charlar con mis alumnos y llamé al regente para que firmaran, los alumnos involucrados, un acta donde se deja especificada la situación y se deja bien explicitado que la docente ha agotado todas sus herramientas para lograr una acuerdo de palabra; es un acta que deben firmar tanto los padres, como los alumnos. El regente les habló de manera muy elocuente y fue muy firme en su discurso: “Estamos cansados de que todos los profesores se quejen de lo mismo con ustedes; venimos desde hace tres años en esta lucha, para que entiendan que deben respetar y que en este colegio hay ciertas normas que se deben cumplir a rajatabla y de las que no hay derecho a queja: deben aprender a respetar a la autoridad. Si no entienden el mensaje, se buscan otro colegio”. El regente les comunicó a mis alumnos que si firmaban sólo el acta y no recibían amonestaciones era porque la docente, había decido no amonestarlos. Mi intención era que sus padres recurrieran a la institución a firmar el acta y así poder hablar con ellos; les dejé en claro que era la última oportunidad que les daba. Ese mismo día encontré en Internet, más precisamente en el Facebook, comentarios de mis alumnos… comentarios muy desagradables sobre mi problema de obesidad. ¿Alguien puede imaginar qué sentí en ese momento? Primeramente sentí mucha bronca y, al minuto siguiente, mucho dolor. Fueron comentarios muy dañinos y mal intencionados. El tercer sentimiento que me ofuscó fue de una gran tristeza… sentía que mis alumnos habían sido tan básicos; que no habían criticado mi accionar como docente… sino me habían dañado como ser humano.
Seguramente muchos de los que lean mi comentario puedan pensar que mis sentimientos fueron de una excesiva valoración de lo sucedido; y puede que así lo sea, es cierto; pero también es cierto que quizás sólo pueden comprenderme personas que tengan una enfermedad de cualquier índole o una problema grave de salud.
Pensé bastante en qué hacer con la información que tenía, por una lado me daba mucha vergüenza enfrentarlos y por otro no deseaba que todo quedara en la nada. Fue entonces que decidí enfrentar la situación, como siempre he hecho en mi vida. Imprimí dos copias a color de todos los comentarios; uno para los directivos del instituto y otro para mí. Al día siguiente hablé con mi Directora y le mostré las copias. Demás está decir que se sintió muy mal por lo sucedido y me dijo que estaba muy dolida por la manera en que me había tratado. No voy a mentir y mostrarle que soy una persona dura; no pude evitar que alguna que otra lágrima rodara por mi rostro… gracias a Dios mi Directora es una persona muy cálida; valora mucho mi esfuerzo y me supo defender y apoyar cuando más lo necesitaba. El jueves me cuenta que habló con los alumnos implicados y que les comentó que yo estaba al tanto de lo sucedido y que, realmente, nunca se hubiera imaginado que fueran capaces de escribir semejantes groserías. Me comentó que los alumnos se sentían muy apenados y con mucha vergüenza porque yo estaba en conocimiento de lo sucedido. Ese jueves a la tarde recibí un mail de unos de ellos, pidiéndome perdón desde el fondo de su corazón. En él me expresa que se siente muy avergonzado por haberme dañado de esa manera, que él siempre sufrió que lo discriminaran por su cuerpo y que sabía lo que era sentirse maltratado. Me pidió que lo perdonara y que entendiera que no me escribía ese mail porque no quería que le pusiera amonestaciones; sino que lo hacía por este medio porque, aunque le doliera admitir es un adolescente de quince años que no tiene la valentía suficiente como para decírmelo de frente. A pesar de esto, el día viernes no dicté clases, me quedé en la sala de profesores y el curso se enteró que estaba en el instituto, y que no les quería dar clases. Durante todo el fin de semana recibí mensajes de mis otros alumnos del mismo curso, pidiéndome perdón por sus compañeros y pidiéndome que no renunciara; que ellos me querían mucho y que entienden mis explicaciones y que, por favor, no los abandonara. El día martes tuve una reunión con los padres y con la directora; los mismos me ofrecieron disculpas por sus hijos. Me confirmaron que no habían leído los comentarios porque habían sido borrados; pero que sabían que habían cometido una falta grave de respeto. Cuando leyeron lo escrito por sus hijos, se sorprendieron enormemente y mi pidieron mil disculpas y dijeron que yo aplicara el castigo que creía necesario.
¿Alguien se imagina que hice al día siguiente? Antes de ir al curso llamé a los alumnos implicados y hablé con ellos a solas. Les comenté que me daba mucha vergüenza hablar de este tema y que les hablaba como María Laura; no como la Profesora F… que me había sentido dañada como persona y no como docente; por eso les hablaba desde mi persona. Mi pidieron mil disculpas, en toda la charla, ninguno de los dos me miraba a los ojos; me dijeron que estaban muy arrepentidos y que ellos me querían mucho y que, realmente no habían tomado dimensión de los comentarios ni en el lugar donde fueron publicados. Les comenté que si yo con treinta y dos años, muchas veces daño a las personas que más quiero y, con un arrepentimiento de corazón, mis disculpas han sido aceptadas; porqué no debía hacer lo mismo con ellos. Por mi parte traté que entendieran que con sólo una palabra pueden dañar mucho a una persona; quizás no en mi caso, porque soy una persona adulta y hay ciertas cosas que he aprendido a pasarles por al lado; pero que comprendieran que no deben tratar así a las personas; que cada uno es dueño de su cuerpo, de su dignidad y de su autoestima; pero no de las de su prójimo. Estuvimos hablando como cuarenta minutos, ellos entendieron perfectamente lo que les quería decir. Sólo hablé de lo sucedido unos pocos minutos; el resto me encontré hablando sobre la dignidad humana y sobre el derecho que tiene un ser humano a no ser maltratado y vulnerado. Se dieron cuenta que a veces se burlan de sus compañeros y que no pueden medir el alcance que puede tener ese comentario en ésta persona.
Y he aquí lo positivo de ésta experiencia; primeramente pude expresar mi descontento con lo sucedido; en segundo lugar pude mostrarme como persona ante mis alumnos y en tercer lugar les enseñe (o intenté hacerlo) sobre el respeto y la aceptación de la diversidad.
Por último decidí no amonestarlos; estoy plenamente convencida que diez o quince amonestaciones no harán de ellos mejores personas; creo que al verme como una persona; saber cómo me había sentido y que había significado lo sucedido en mi vida; pudieron aprender más que si hubieran sido castigados.
“La escuela embrujada”
Antes de disponerme a escribir este relato, dudé varias veces sobre la conveniencia de contar una experiencia que tuvo lugar en una escuela de nuestra provincia. Mi vacilación se debió a que muchos, entre los que me cuento, son renuentes a creer en fenómenos sobrenaturales, pero como fui partícipe directo, asumo que los sucesos existieron y me dispongo a referirlos en forma objetiva para que cada uno arribe a sus propias conclusiones.
Corría el año 2010; al abrir la ventana de mi dormitorio observé un día soleado y tranquilo como cualquier otro, me sentía feliz porque comenzaría las prácticas docentes. Unos meses antes había dejado todo arreglado con la directora y el gabinete psicopedagógico a través de un documento escrito, mientras que había hecho lo propio en la última semana con Edith, la profesora del aula, para ultimar detalles del los cuatro encuentros previstos. Partí entusiasmado hacia la escuela con el objetivo de confirmar los días de clase que estarían a mi cargo, y al salir a la calle percibí en el ambiente un brusco descenso de la temperatura. Mientras caminaba, un conjunto de nubes avanzaba desde el sur, formando siluetas de rostros tristes y abatidos con algunos rasgos similares a la pintura “El Grito” de Munch.
Ni bien llegué, una secretaria de mirada penetrante me informó que la directora del año anterior no estaba más en el establecimiento, razón por la cual invoqué el convenio firmado. Luego de hojear la carpeta de expedientes desde el principio hasta el final y viceversa, comprobamos que la nota había desaparecido. Pedí hablar con la asesora pedagógica que también la aprobó, cuyo nombre no podía recordar, y a pesar de la descripción que proporcioné, fue inútil identificarla como parte del personal ya que el gabinete también había cambiado. Entonces decidí jugar la última carta citando a la profesora titular de la asignatura, pero la mujer de los ojos misteriosos respondió que no la conocía y que ese curso estaba a cargo de otra docente. A esta altura de los hechos, yo dudaba hasta de mi propia identidad. Me encontraba tan confundido que al llenar un nuevo formulario; en lugar de fecharlo en el 2010, consigne el año 2005. Evidentemente, una fuerza extraña estaba interfiriendo en las dimensiones del tiempo y del espacio. Cuando salí de allí, el cielo estaba totalmente cubierto, el viento arremolinaba las hojas secas en la vereda y un trueno ensordecedor marcó el inicio de un terrible chaparrón. Una vez en mi casa, sin perder tiempo en quitarme la ropa húmeda, llamé por teléfono a la profesora para cerciorarme de que esto no se trataba de un sueño. Del otro lado del tubo me tranquilizó su voz, afirmando que la encontraría en la escuela el día convenido.
A la semana siguiente, esperé su llegada y juntos nos dirigimos al aula. Mientras cruzábamos el patio imaginaba las caras de los estudiantes y repasaba la lista de actividades programadas para la jornada. La profesora abrió la puerta, me invitó a entrar, y cuando torcí la cabeza para saludar a los alumnos, descubrí que solamente estábamos acompañados por sillas vacías, colocadas patas hacia arriba sobre las mesas. Sin otro remedio me senté a conversar con la docente hasta que al final de la hora aparecieron algunos chicos sobre los asientos. Edith interrumpió la charla y pregunto si habían traído resuelto el cuestionario del encuentro anterior, referido a la obra "Misteriosa Buenos Aires" de Manuel Mujica Láinez. Ante la negativa general pidió que lo completaran, tarea que se dificultó porque tampoco tenían el material necesario. Comenzaron a trabajar dos chicas mientras los restantes compañeros susurraban y miraban hacia la pared del fondo con una actitud indiferente, dispersos entre el mobiliario que permanecía de la misma manera en que lo habíamos encontrado. Minutos después tuvo lugar mi encuesta que consistía en establecer relaciones entre el espacio curricular de Lengua y Literatura con un color y una figura o forma. Al revisar las respuestas, constaté que los estudiantes mostraban una multiplicidad de percepciones en relación a ellos con una connotación dinámica que no les era indiferente y los afectaba de diversos modos. En relación a los colores, hicieron una introspección subjetiva asociándolos a estados de ánimo y grado de dificultad o facilidad que presentaba la materia. En cuanto a las imágenes, revelaron una mirada hacia el exterior, más objetiva, atribuyéndole dimensiones, movimientos y características espaciales. Veían a esta disciplina como un ente inabarcable, en continua expansión, que los excedía y superaba, asombroso para algunos y alienante para otros. Aunque reconocían la importancia y el protagonismo de esta asignatura, no se identificaban con la inteligencia lingüística y experimentaban insatisfacción con las lecturas, las actividades y los docentes en general. Manifestaron intereses que no estaban contemplados en la clase y proponían soluciones a nivel discursivo, esperando desde una actitud pasiva que los cambios viniesen desde afuera. También manifestaron disposición para continuar sus estudios, leer textos de su agrado y quizás disfrutarlos. Pero existían trabas u obstáculos que los frenaban y provocaban, aún entre los que tenían un concepto menos negativo, una actitud apática. Describieron su situación criticando a los docentes como personas sin ganas de dar clase, explicar ni permitir opiniones disidentes; clases aburridas, temas que no les servían, obras impuestas o difíciles de comprender y falta de atención personalizada. Sin embargo, aceptaban que este espacio les servía para mejorar la expresión y la comunicación oral y escrita. Por otro lado, proponían trabajar textos en clase, salir de la rutina, variar las actividades, tener en cuenta la diversidad y poder elegir lecturas, en lo posible, no literarias. En síntesis, hicieron un duro cuestionamiento a la manera de dictar la materia, circunscribiendo el problema al ámbito áulico sin autocrítica de su propio proceder.
Mientras volvía reflexionando sobre la observación de clase, recordé a una maestra practicante que tuve en quinto grado de la primaria. A poco de comenzar su exposición rompió en llanto y nuestra señorita titular debió seguir con el tema, entretanto ella se secaba las lágrimas con la vista perdida en el horizonte. Pensé: “la circunstancia que acabo de relevar en este curso sería motivo suficiente para que cualquier docente sufriese un ataque de sollozos como aquella desafortunada aprendiz; pero yo prefiero evitar esa alternativa, porque si llorara parecería un espectro y hoy he visto demasiados fantasmas como para agregar uno más”.
Semana uno.
Terminaron las observaciones y debo dictar una clase. Arribé media hora antes para conseguir el proyector multimedia que está en la sala de informática. Mala suerte, el encargado acostumbra a llegar sobre el horario de entrada. Espero ansioso, suena el timbre, solicito el proyector pero me informa que no está la pantalla. ¿Dónde está la pantalla? La pantalla está en la biblioteca, cuya llave se encuentra en poder de la bibliotecaria. ¿Dónde está la bibliotecaria? La bibliotecaria llega dentro de media hora. Entonces podríamos pasar a la sala de proyecciones sin la pantalla. La sala está ocupada con una reunión de padres. Yo la encargué con tiempo. Sí pero los padres ya están adentro. Entonces dirijámonos al recinto alternativo que me ofrecieron la semana pasada. No podemos entrar allí porque está con llave. ¿Quién tiene la llave? La bibliotecaria. ¿Dónde está la bibliotecaria? ¡Ahhh!, ya recordé, la bibliotecaria llega más tarde. ¿Viene de seguro? A veces sí, a veces no. Es hora de comenzar sin proyector, ni pantalla ni sala.
Semana dos.
Llegué agitado porque tuve un problema personal. Me duele todo el cuerpo, por suerte aún no ha tocado el timbre. ¡A trabajar! Cinco alumnos en la puerta del aula. ¡Hola chicos! ¿Dónde está la profesora Edith? La profesora no está. La preceptora dice que se encuentra enferma y no podrá venir a presenciar la práctica. ¿Y la directora? Tampoco está. ¿Y la vicedirectora? Viene solamente en horario de mañana. ¿Y la asesora? Hoy el gabinete no atiende.
Semana tres.
Me siento feliz porque la profesora Edith se ha reintegrado a la actividad. Marchamos hacia el aula. ¿Y los alumnos? Esperamos media hora, pero los chicos permanecen invisibles por acuerdo colectivo.
Semana cuatro.
Ingreso al aula con la profesora y nos reciben las sillas vacías en absoluto silencio. Preceptora, ¿dónde están los alumnos? Los alumnos se encuentran participando de una oferta educativa.
Semana cinco.
Si hoy no logro dar la clase creeré que los duendes existen. ¡Buenas tardes chicos! ¿Han visto a la profesora Edith? No sabemos dónde está. Llega la preceptor y avisa que la profesora se ha vuelto a enfermar. ¿Y la directora, la vice, la regente, la asesora o alguien que venga a observar la práctica? No hay nadie. En una semana vencerá el plazo para presentar la memoria y sólo he dado una de cuatro clases. Pensativo, me siento sobre una rama del árbol que está en el patio. ¿Qué sucede? Pregunta un genio que iba pasando. Nadie ha podido sobrevivir a este portal mágico que se tragó mi plan de trabajo, la sala de proyecciones, la sala alternativa, la pantalla, el proyector, la directora, la vice, la regente, la asesora, la bibliotecaria, la profesora Edith y unos veinte alumnos. Soy el próximo en la lista de las desapariciones. ¡Ánimo! Repite estas palabras secretas y regresa con esta caja, verás que todo se solucionará.
Última semana.
Repito las palabras mágicas y cuando llego al curso están los alumnos y tres personas para observar la clase. Explico que en la escuela hay un portal mágico capaz de transportarnos a mil kilómetros de distancia y retrotraernos al siglo XIX para encontrarnos con una historia terrible que tuvo lugar en un sitio peligroso... Pido a los alumnos que me adelanten algunas pistas antes de saber el título del relato. Gauchos, peleas, sangre, responden algunos, y se produce un silencio tenso. “...Los caminos se anegaron y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosan en acuoso barro...” dice la voz grave de Esteban Echeverría desde el interior de la caja, mientras todos fijan la vista en la estremecedora lectura. La pared del aula se desvanece detrás de la imagen de un cercado; ¡cuidado con el toro, estamos atrapados en los corrales!
El gnomo tenía razón, cuando tocó el timbre un joven exclamó: ¡qué bueno está El Matadero!, y los demás asintieron a su afirmación con la cabeza.
ENSEÑAR NO SÓLO CONCEPTOS, SI NO TAMBIEN VALORES
ENSEÑAR NO SÓLO CONCEPTOS, SI NO TAMBIEN VALORES
Corría el año 2005 y yo ya estaba en 2º año del Profesorado de Matemática de EGB3 y Polimodal. Todavía me preguntaba si verdaderamente había elegido la carrera correcta para mí. Me lo pregunté muchas veces porque escuchaba conversaciones de profesoras ya recibidas y la verdad es que sus comentarios me daban bastante miedo, decían que los chicos estaban cada vez más terribles, que no los podían dominar, en definitiva decían que era imposible dar clase. Y yo pensaba, “si esto pasa ahora me imagino cuando me toque a mí estar en frente de una clase”.
Pero transcurría el tiempo y me daba cuenta de que si bien era difícil, se podía cambiar algunas situaciones con mucho esfuerzo y dedicación. Pero también lo que era cierto es que nunca había estado frente a frente con alumnos y eso me daba intriga. Quería saber como podía reaccionar a algún hecho que me provocara intranquilidad.
Basándome en el título quiero decir que es muy importante enseñar el concepto de los diferentes temas pero no de manera absoluta. También es de suma importancia enseñar valores que hoy en día se han perdido. Para mi el ser humano necesita para su formación un %50 del conocimiento y un %50 del ser.
No tener valores nos condiciona y perjudica en nuestras actitudes y acciones. Carecer de valores, en la sociedad actual, es generador de malas acciones (robar, corrupción, manipulación, mentir, etc) que es algo habitual en la actualidad.
En ese año se cursaba la Materia Práctica e Investigación Educativa II, en donde aprendimos entre otras cosas lo que significaban los valores y creo que eso quedó grabado en mí.
Por otra parte la materia consistía en ir a dar clases de apoyatura a una Escuela a elección, ese iba a ser mi primer contacto con alumnos y sabía que en ese momento me iba a dar cuenta si había elegido correctamente mi destino.
Con mi compañera María Laura decidimos hacer nuestras clases de apoyaturas en el Instituto SV, la verdad es que teníamos muchas expectativas de cómo sería ese primer contacto con adolescentes y no sabíamos qué podía llegar a pasar.
Y así llegó el primer día, los chicos tenían una virada que despedía cansancio porque cursaban en la mañana y las clases de apoyaturas eran a la tarde. Pensé que no tenían ni las más remotas ganas de escucharnos, pero la verdad es que me equivoqué. Ese día todo fluyo como si las dos hubiéramos sido profesoras desde hacía mucho tiempo.
Pero acá viene lo que mayor aprendizaje me dejó “ese primer día”; ya había pasado casi la mitad de clase, era el momento de mi explicación, la verdad es que ni si quiera me acuerdo que tema era, creo que era suma de números enteros. Estaba tan concentrada en la explicación que todo lo que pasaba a mi alrededor era como un vacío. Cuando terminé, me di cuenta que uno de los alumnos me había sacado de mi cartuchera la calculadora, capaz que esto para cualquier otra persona hubiera sido algo insignificante, sin embargo para mi fue una falta de valor del respeto; me acuerdo con exactitud las palabras que le dije: “¿por qué me sacaste la calculadora sin mi permiso? eso es una falta de respeto. ¿Qué te costaba decir profesora me puede prestar su calculadora? Yo te la hubiera prestado sin dudar”.
Desde ese momento me di cuenta que para mi más allá de enseñar conceptos es muy importante enseñar valores que, como dije anteriormente, lamentablemente hoy se han perdido.
Cuando llegué a mi casa me puse a buscar en mi memoria si la escuela me había enseñado valores y la respuesta apareció rápidamente: si, la escuela es un ámbito en donde los valores están muy presentes. Me acuerdo cuando me ponían mala nota por no traer lo que me habían pedido el día anterior y yo me preguntaba ¿por qué esa mala nota? Hoy se que era porque me estaban enseñando el valor de la responsabilidad y el compromiso.
También me preguntaba por qué “algunos” profesores se interesaban en mi capacidad o en mi confianza por mí misma, y hoy pienso en que era porque trataban de enseñarme el valor de la autoestima, que es la capacidad del ser humano de amarse a sí mismo y así poder amar a los otros.
Así estuve por varios minutos pensando estas preguntas y respuestas, y decidí que la enseñanza de estos valores quiero que sean el eje fundamental de mi profesión como docente.
Finalmente pensé que estoy muy orgullosa de mí por haber elegido esta carrera, porque por lo menos algo voy a dejar en cada uno de mis alumnos.
“UNA EXPERIENCIA ENRIQUECEDORA”
Introducción:
Ser docente ha sido, es y será, una enorme responsabilidad y un privilegio, porque implica la importante tarea de contribuir a la formación de seres humanos, en el sentido amplio del término. Este quehacer no implica sólo dictar horas de clases, sino que exige dedicar un gran esfuerzo y una verdadera vocación de servicio. Por lo tanto, la profesión en muchas ocasiones está marcada por las dificultades, la desazón y el hastío. Sin embargo, el verdadero educador intenta superar aquellos conflictos y aspira a desarrollar habilidades y destrezas, pero fundamentalmente a formar personas, con valores y proyectos, para lo cual se requiere un conocimiento profundo del contexto, de las circunstancias de vida, de las necesidades y de los anhelos de los alumnos.
No es mucho el tiempo transcurrido desde mi inicial experiencia como docente, sin embargo, avocarme a la tarea de pensar y reflexionar sobre mis primeras prácticas aúlicas me sumerge en un mar de imágenes, de ideas, de rostros, de figuras, de colores, de fragancias, de fetidez, de sonidos, de ruidos, de melodías, que se entremezclan y no me permiten ubicarlos con claridad en el mar de mis recuerdos. A pesar de ello, hago el esfuerzo para expresar por medio de las palabras aquella experiencia como profesora de Ciencias Sociales.
Tuve la dicha de comenzar a trabajar, aún antes de haber finalizado mis estudios. Fue a principios de abril de 2.007 cuando me incorporé como docente en una escuela rural ubicada en el departamento de Junín, en la provincia de Mendoza. La institución está ubicada en una zona de producción fundamentalmente vitivinícola, a la vera de una calle muy transitada, pero inmersa en la soledad y el desamparo del campo. Los docentes no viven en el lugar, sino que viajan desde ciudades cercanas o desde otros departamentos. Los alumnos tampoco viven allí, la mayoría debe recorrer varios kilómetros para recién poder acceder a un ómnibus escolar que realiza un recorrido para facilitar el acceso de los niños al colegio. Definir a la población es hacer hincapié, fundamentalmente, en las necesidades económicas y en la falta de oportunidades –en sentido amplio- que padecen los estudiantes y sus familias.
Mi primer día fue excitante, ya que tras la presentación de la documentación pertinente, la Directora de inmediato me presentó ante los alumnos de octavo y noveno año. La situación fue abrumadora ya que, debí incorporarme inmediatamente al aula del octavo grado, sin haber planificado con anterioridad, qué actividades o qué contenidos desarrollar. En realidad, sólo sabía que mi principal cometido, en los Talleres de Doble Escolaridad, consistía en acompañar y fortalecer los procesos de enseñanza y aprendizaje de los estudiantes en Historia y Geografía.
Parada frente a la mirada inquisidora de un grupo de jóvenes heterogéneos, en varios aspectos, no supe qué hacer y una amalgama de temor, desasosiego e inquietud me invadió. Pero en fracción de segundos saqué de la galera una dinámica de presentación y luego expliqué por medio de un esquema la clasificación de las ciencias para que comprendieran la ubicación de la Historia y la Geografía en estas. Terminaron los minutos de clase, y yo creí que todo había estado bien y que aquellos muchachos habrían disfrutado, o cuando menos comprendido, mi exposición. En poco tiempo logré percatarme de mi equívoco y, a lo largo del ciclo lectivo, fui elaborando una serie de reflexiones de mi labor que trataré de plasmar aquí.
Mi propia historia afloró desde lo más profundo de mi ser y mis años de escolaridad se fundieron con el presente, no permitiéndome ver con fulgor la verdad e impidiéndome poner en el lugar del otro, de aquellos niños a los que yo intentaba “educar”. Cursé la escuela primaria, como también la secundaria, en un establecimiento privado y confesional católico. Fue, salvo contadas excepciones, una etapa maravillosa donde descubrí la pasión por el conocimiento, la cultura, la ciencia, y la lectura. Fue también, una época de diversión, de esparcimiento, de juegos y de gratos momentos compartidos con quienes aún hoy son buenos amigos. Pensaba que mi niñez y mi adolescencia no debían ser muy dispares a la de los alumnos a mi cargo y, no obstante, me equivoqué.
Los escolares a los que debía preparar y auxiliar en las disciplinas mencionadas cursaban el octavo y noveno año de EGB 3. En general, la franja etaria de los mismos no coincidía con la que deben presentar quienes asisten a esta etapa de la escolaridad, es decir, trece, catorce o hasta quince años. Muchos sobrepasaban aquella edad. Mi espíritu entrometido me obligó a indagar el porqué y llegué a la conclusión de que los problemas de aprendizaje no eran la causa principal, sino la falta de oportunidades. Sí, la integración temprana de estos jóvenes al mundo laboral los absorbía y no los dejaba disfrutar de aquel estilo de vida que, a esa edad, para mí era normal. Provenientes todos de familias numerosas relacionadas con los trabajos de la viña y las quintas de frutas o verduras, principalmente, debían colaborar en esas actividades.
Así, la deserción y las inasistencias eran moneda corriente en aquella escuela. Hasta mediados de mayo aproximadamente, había escasos alumnos, sobre todo en los talleres de contra-turno, ya que muchos regresaban a sus hogares o directamente no asistían, para colaborar en la recolección y acarreo de la uva. Así, en ciertas épocas del año, marcadas por tareas agrarias específicas, la escuela quedaba casi desierta, silenciosa y tranquila, se transformaba en un edificio grande que no parecía lo que era. La vendimia, la poda, el atado y la sulfatación de la viña, como también el deshoje y raleo de algunas variedades, la cosecha de aceitunas o de otras frutas o verduras, entre otras actividades, generaban una paz casi sepulcral y contribuían con el crecimiento económico de la zona y de algunos, pero les quitaban horas de juego, de sueño y de aprendizaje a muchos de nuestros niños.
Entrar al aula era encontrarse con grupos diversos en muchos aspectos. Así, había alumnos discretos, reticentes, extrovertidos, charlatanes, sumisos, rebeldes, pacíficos, sosegados, abúlicos, hacendosos, remolones, activos, inquietos, aletargados. En fin, todos y cada uno presentaban personalidades y vidas diferentes. A pesar de ello, el aspecto de todos daba cuenta de sus obligaciones y deberes, como también de la falta de medios y recursos. En este sentido, el sol había dejado su marca atezada en los rostros, los trabajos duros del campo habían roído sus manos y su imagen, había transformado la suavidad propia de la piel en grietas y llagas, y las duras condiciones de la vida en el campo habían gastado la suela de sus zapatos, los perfumaba de humo, los cubría de polvo y desordenaba sus cabellos. No era falta de esmero, de pulcritud o de aseo, eran y son, sólo las penosas condiciones de vida que padecen y que sufren muchos y no lo advertí, o bien, preferí desconocer hasta ese momento.
Cuando la asistencia revestía visos de normalidad, entrar al aula significaba internarse en el bullicio constante de veinte o más voces que hablaban, dialogaban o tarareaban sin parar. Era difícil lograr el clima adecuado. La concentración duraba pocos minutos. Las tareas asignadas eran asiduamente interrumpidas por algún comentario jocoso o, muchas veces, hasta impetuoso y fuera de sitio. Las consignas de clases eran respetadas sólo por algunos alumnos y la mayoría no presentaba inclinación o disposición hacia aquellas. El rendimiento académico, en general, no era el esperado. Esta situación me provocaba agobio, pesadumbre y frustración, a la par.
Resolver aquella situación, donde mi sentido de responsabilidad me exhortaba a cumplir fielmente los contenidos a desarrollar y mi corazón y mi alma se compadecían ante aquellos jóvenes abarrotados y saturados de aprietos, de carencias y de cometidos, no fue fácil. Por fortuna mi formación docente en Historia no incluyo sólo espacios disciplinares y didácticos-pedagógicos, sino que conocí a profesores apasionados por lo que hacen, muy cultos e instruidos, pero también buenas personas, que despertaron algo en mí, más que la predilección hacia los tiempos pretéritos. Mi paso por la institución donde estudié, me otorgó las herramientas conceptuales necesarias para afrontar con éxito el dictado de la materia y para buscar respuesta y solución a las carencias de la misma. Pero además, me dio la posibilidad de escuchar historia de vida, prácticas docentes y situaciones personales, aquellas que no se leen en los libros pero que rompieron con convencionalidades e hicieron despojarme de falsos conceptos. En este sentido, puedo afirmar que me permitieron ver en el otro, no sólo un alumno, un docente o un compañero de trabajo, sino por sobre todo una persona con una historia que lo marca y que lo define cómo es, cómo actúa y cómo reacciona ante la vida.
Una miscelánea de elementos se fundió en mí y me permitieron superar, o al menos comprender un poco, la problemática que me afligió. Con el tiempo, entendí que mis conceptos y mi valoración sobre la escuela y los conocimientos, aquellos que mamé desde mis primeros años, no coincidían con los de mis alumnos. Haciendo una mirada ligera de la conducta de aquellos, podría interpretarse como una desvalorización de las instituciones educativas y de lo que estas ofrecen. En realidad, afirmar esto último es una manera de no poder interpretar adecuadamente las necesidades y los sentimientos del otro, es “no ponerse en los zapatos o en la piel del otro” para entender realmente sus penas, sus temores o hasta sus alegrías y anhelos.
Así, pude vislumbrar que la escuela no era, para mis alumnos, sólo un espacio de estudio y de aprendizaje. Era, fundamentalmente, el lugar donde podían ser niños o adolescentes en su plenitud y donde encontraban el sitio para relacionarse con gente de su edad y entablar vínculos de amistad y de camaradería. Así, el patio, e incluso el aula, se transformaban en un centro social para los niños, ya que sus hogares se encontraban inmersos en el medio de fincas o chacras sin vecinos cercanos. Muchas de sus carencias y la falta de oportunidades, de contar con espacios de esparcimiento y de diversión propios para la edad, eran suplidas con el afecto y el cariño recíproco. Así descripta, podría parecer una situación ideal pero no todo era fácil, ya que los conflictos y las contiendas eran habituales, reflejo del padecimiento de conflictos familiares de diversa índole.
Comprender todo lo expuesto me constriñó a buscar alternativas para obtener mejores resultados. Me obligó a innovar en las actividades propuestas y a entablar un vínculo basado, no sólo en el respeto y el cariño, sino también en la protección, el amparo y la atención a los diversos casos. No fue fácil y no lo es. No se si lo logré, pero la educación en valores que recibí desde mi familia hasta mi paso por los estudios superiores me apremiaron a reaccionar y a actuar en consonancia. De esta manera, implementé las actividades en grupo y la revisión de trabajos en forma conjunta, donde todos tuvieron la oportunidad de ser escuchados e incluso de acercar los contenidos al presente, para no generar aprendizajes individuales y romper con el espacio de sociabilidad y de comunicación que la escuela significaba en ese contexto. Además, busqué vincular los temas dados con situaciones de la vida práctica de esa zona, porque los estudiantes valoraban más el conocimiento pragmático que teórico, ya que el primero se acercaba más a las labores agrarias que cumplían en forma familiar.
Esta primera experiencia fue una etapa muy importante, ya que no sólo me permitió poner en práctica y aplicar mis aprendizajes, formales y no formales, para resolver situaciones, sino también me permitió madurar y crecer como persona. Entendí, que más allá de las exigencias de la tarea docente en cuanto los requerimientos curriculares y administrativos, esta implica un proceso de empatía y de comprensión del contexto. Por lo tanto, generar un ambiente de confianza donde todos puedan trabajar, moverse con libertad y respetar a los alumnos como seres humanos, entendiendo sus problemáticas y necesidades, me ayudan a ser un docente respetado y apreciado por los alumnos y por los demás. No es simple poner en práctica lo expuesto. Las obligaciones, la carencia de tiempo y las demandas propias de la actividad, me desconectan del medio y me hacen olvidar por momentos que un profesor trabaja con seres humanos y no con computadoras, que sólo deben memorizar y resolver actividades. Para finalizar, dedicar el tiempo y el esfuerzo necesario para que mis alumnos puedan comprender los tiempos y procesos históricos de la manera más apropiada a sus características es tarea ardua y enrevesada, pero de todos modos: ¡espero lograrlo!
…Y soplaron vientos de cambios…
…Y soplaron vientos de cambios…
Antes de tomar la decisión de posicionarme frente a un grupo de alumnos, escuchaba con frecuencia que: a las escuelas céntricas y rurales las distinguían diferencias con respecto a la enseñanza de las distintas ciencias. El recorrido de unos ochenta kilómetros en colectivo me acercó a la Escuela y, había llegado el momento de ejercer la docencia desde otro lugar y con otra función. Me pregunté: ¿y ahora qué hago? Fui presentado al grupo de veintiséis alumnos por una autoridad de la institución, aquellos estaban callados y expresaban cansancio no de estudio, sino del trabajo en las chacras o fincas que precedía a la jornada escolar.
Presentadas las partes con formalidad. Formulé unas preguntas a los efectos que las respuestas me orientaran acerca de los contenidos, las actividades que realizaban en el aula, no recibí muchas respuestas. Al solicitarle la carpeta a una alumna percibí una enseñanza y aprendizaje de tipo tradicional con respecto al conocimiento, es decir, preguntas cerradas enfocadas en el hecho histórico, algunos dibujos de éstos acompañaban las actividades. En realidad eran actividades para un nivel de EGB2 lo que realizaban los alumnos en los módulos de Historia de la Ciencia.
Seguir el camino trazado no era lo que convenía. Comprendí que el introducir cambios en las estrategias de enseñanza y aprendizaje era un riesgo por la respuesta de los destinatarios, como así también, las repercusiones que tendría esto en algunos profesores de la escuela sobre todo los que conservan una postura tradicional con el conocimiento y su enseñanza. Entonces, invité a los alumnos para la próxima clase a ver una película y con entusiasmo me respondieron ¡Qué bueno¡ Como el contenido a trabajar era el método científico, fue así que antes de ver la película de Umberto Eco “El nombre de la Rosa”, explique los pasos que le dan forma a la labor científica y explique el contexto histórico en el que se desarrolla el film. Los alumnos mostraron interés y preguntaron sobre algunas aptitudes de los protagonistas y les entregue una guía de trabajo que tenía como propósito que establecieran relaciones entre la actividad del maestro Williams y el alumno Adso y los pasos de un alumno con aptitud de científico. No fue fácil, pues les había creado un problema, era un obstáculo epistémico que con mucho trabajo pudimos esclarecer y reconocer al mismo tiempo la importancia de la secuencia aplicada a futuros problemas.
Llegamos al eje Nº 3, donde teníamos que trabajar la postura de algunos científicos ante la ciencia contemporánea, y los alumnos comenzaron a buscar información en la biblioteca de la escuela, en Internet y algunas que le proporcione en su momento. Las clases tenían como centro guiar a los alumnos en su trabajo de investigación y posterior exposición ante el grupo para su aprobación. Algunas preguntas que orientaron el trabajo fueron: ¿sobre qué escribo? ¿Para qué y quienes investigo? ¿Qué valor tiene lo aprendido para mí y la sociedad? ¿Qué importancia tendrá esta forma de estudiar para estudios superiores?
Pasaron casi dos meses de trabajo en las aulas acompañando a los alumnos en sus futuras producciones, algunos me esperaban para preguntarme sobre algunos pasos antes de comenzar nuestra hora, en otros reinada un desorden que fueron desapareciendo al ir dando forma a su trabajo. Hubo seriedad y ganas de parte de los alumnos para realizar el trabajo solicitado. Hubo también eso sí, críticas de algunos colegas quienes consideraban que no era una forma de enseñar que garantizara saber que los alumnos habían logrado realmente llegar a incorporar los conocimientos enseñados. No faltaron los profesores que a pedido de los alumnos incorporaran esta estrategia pedagógica en sus materias. Algunos se acercaron a mí para preguntarme cómo lo había implementado a los realmente accedí y aporte la experiencia.
Me di cuenta que algo había cambiado en el grupo, habían encontrado otra forma de llegar al conocimiento que no era la habitual.
La verdad fue que la distancia que recorría me cansaba pero era compensada por la actitud que desperté en los alumnos, frente a lo desconocido para ellos, como el de asumir protagonismo con sus palabras, las de sus compañeros y la del profesor pero como más responsabilidad.
Pasaron dos años más o menos y me encontré a una alumna que estudiaba para docente y me comentó muy contenta que podía aplicar casi en todos los espacios el mismo procedimiento que experimentaron en la secundaria.
Así fue, como algunos soplos de vientos provocaron cambios. Me pregunto si seré capaz de seguir haciéndolo en el futuro.
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