viernes, 27 de mayo de 2011

“De cómo una agresión se transformó en una buena lección”

Desde que me trabajo, hace casi tres años, mi carácter y mi postura como docente fueron formándose día a día; las experiencias buenas y no tan buenas fueron educándome en la docente que hoy soy. Soy consciente que con el pasar de los años, las experiencias harán de mí, la docente que sea en ese momento. Reflexionar las buenas y no tan buenas experiencias; han hecho que crezca como persona y, por ende, como docente.
            En éstos tres años he tenido que reflexionar un sin fin de experiencias muy buenas y algunas, muy pocas, no tan buenas; salvo este año; que el destino puso frente a mí una situación bastante dolorosa y cuyo enfrentamiento requería de mí una cierta postura que muy pocas veces he tenido de adoptar.
            Si quisiera clasificar, en caso de ser posible, esta experiencia; en un primer momento, diría que fue extremadamente negativa; pero si me detengo a pensar en lo que gané a partir de ella; diría que fue una experiencia muy positiva.
            A mediados del mes de abril llegué a la escuela como todos los días, con mucho entusiasmo y predisposición. Mis alumnos de primer año de polimodal tienen bastantes problemas de disciplina; y desde que comenzaron las clases vienen ejerciendo cierto tipo de actitudes que hacen que, a veces, sea muy difícil (por no decir casi imposible) dar clases. Desde principio de año, he tenido varias charlas con el grupo completo y con ciertas personas; he intentado por todos los medios lograr que comprendan que deben comportarse de manera diferente; que deben respetar la autoridad y hacer valer tanto sus derechos como sus obligaciones. Los problemas con este curso su vienen suscitando desde el inicio del año y en todos los espacios curriculares. Nunca he recurrido a las amonestaciones; porque considero que debo hacer uso de esta herramienta, una vez que haya agotado las anteriores instancias. Es por eso que, un miércoles, decidí que ya no había manera de charlar con mis alumnos y llamé al regente para que firmaran, los alumnos involucrados, un acta donde se deja especificada la situación y se deja bien explicitado que la docente ha agotado todas sus herramientas para lograr una acuerdo de palabra; es un acta que deben firmar tanto los padres, como los alumnos. El regente les habló de manera muy elocuente y fue muy firme en su discurso: “Estamos cansados de que todos los profesores se quejen de lo mismo con ustedes; venimos desde hace tres años en esta lucha, para que entiendan que deben respetar y que en este colegio hay ciertas normas que se deben cumplir a rajatabla y de las que no hay derecho a queja: deben aprender a respetar a la autoridad. Si no entienden el mensaje, se buscan otro colegio”. El regente les comunicó a mis alumnos que si firmaban sólo el acta y no recibían amonestaciones era porque la docente, había decido no amonestarlos. Mi intención era que sus padres recurrieran a la institución a firmar el acta y así poder hablar con ellos; les dejé en claro que era la última oportunidad que les daba. Ese mismo día encontré en Internet, más precisamente en el Facebook, comentarios de mis alumnos… comentarios muy desagradables sobre mi problema de obesidad. ¿Alguien puede imaginar qué sentí en ese momento? Primeramente sentí mucha bronca y, al minuto siguiente, mucho dolor. Fueron comentarios muy dañinos y mal intencionados. El tercer sentimiento que me ofuscó fue de una gran tristeza… sentía que mis alumnos habían sido tan básicos; que no habían criticado mi accionar como docente… sino me habían dañado como ser humano.
Seguramente muchos de los que lean mi comentario puedan pensar que mis sentimientos fueron de una excesiva valoración de lo sucedido; y puede que así lo sea, es cierto; pero también es cierto que quizás sólo pueden comprenderme personas que tengan una enfermedad de cualquier índole o una problema grave de salud.
Pensé bastante en qué hacer con la información que tenía, por una lado me daba mucha vergüenza enfrentarlos y por otro no deseaba que todo quedara en la nada. Fue entonces que decidí enfrentar la situación, como siempre he hecho en mi vida. Imprimí dos copias a color de todos los comentarios; uno para los directivos del instituto y otro para mí. Al día siguiente hablé con mi Directora y le mostré las copias. Demás está decir que se sintió muy mal por lo sucedido y me dijo que estaba muy dolida por la manera en que me había tratado. No voy a mentir y mostrarle que soy una persona dura; no pude evitar que alguna que otra lágrima rodara por mi rostro… gracias a Dios mi Directora es una persona muy cálida; valora mucho mi esfuerzo y me supo defender y apoyar cuando más lo necesitaba.  El jueves me cuenta que habló con los alumnos implicados y que les comentó que yo estaba al tanto de lo sucedido y que, realmente, nunca se hubiera imaginado que fueran capaces de escribir semejantes groserías. Me comentó que los alumnos se sentían muy apenados y con mucha vergüenza porque yo estaba en conocimiento de lo sucedido. Ese jueves a la tarde recibí un mail de unos de ellos, pidiéndome perdón desde el fondo de su corazón. En él me expresa que se siente muy avergonzado por haberme dañado de esa manera, que él siempre sufrió que lo discriminaran por su cuerpo y que sabía lo que era sentirse maltratado. Me pidió que lo perdonara y que entendiera que no me escribía ese mail porque no quería que le pusiera amonestaciones; sino que lo hacía por este medio porque, aunque le doliera admitir es un adolescente de quince años que no tiene la valentía suficiente como para decírmelo de frente. A pesar de esto, el día viernes no dicté clases, me quedé en la sala de profesores y el curso se enteró que estaba en el instituto, y que no les quería dar clases. Durante todo el fin de semana recibí mensajes de mis otros alumnos del mismo curso, pidiéndome perdón por sus compañeros y pidiéndome que no renunciara; que ellos me querían mucho y que entienden mis explicaciones y que, por favor, no los abandonara. El día martes tuve una reunión con los padres y con la directora; los mismos me ofrecieron disculpas por sus hijos. Me confirmaron que no habían leído los comentarios porque habían sido borrados; pero que sabían que habían cometido una falta grave de respeto. Cuando leyeron lo escrito por sus hijos, se sorprendieron enormemente y mi pidieron mil disculpas y dijeron que yo aplicara el castigo que creía necesario.
¿Alguien se imagina que hice al día siguiente? Antes de ir al curso llamé a los alumnos implicados y hablé con ellos a solas. Les comenté que me daba mucha vergüenza hablar de este tema y que les hablaba como María Laura; no como la Profesora F… que me había sentido dañada como persona y no como docente; por eso les hablaba desde mi persona. Mi pidieron mil disculpas, en toda la charla, ninguno de los dos me miraba a los ojos; me dijeron que estaban muy arrepentidos y que ellos me querían mucho y que, realmente no habían tomado dimensión de los comentarios ni en el lugar donde fueron publicados. Les comenté que si yo con treinta y dos años, muchas veces daño a las personas que más quiero y, con un arrepentimiento de corazón, mis disculpas han sido aceptadas; porqué no debía hacer lo mismo con ellos. Por mi parte traté que entendieran que con sólo una palabra pueden dañar mucho a una persona; quizás no en mi caso, porque soy una persona adulta y hay ciertas cosas que he aprendido a pasarles por al lado; pero que comprendieran que no deben tratar así a las personas; que cada uno es dueño de su cuerpo, de su dignidad y de su autoestima; pero no de las de su prójimo. Estuvimos hablando como cuarenta minutos, ellos entendieron perfectamente lo que les quería decir. Sólo hablé de lo sucedido unos pocos minutos; el resto me encontré hablando sobre la dignidad humana y sobre el derecho que tiene un ser humano a no ser maltratado y vulnerado. Se dieron cuenta que a veces se burlan de sus compañeros y que no pueden medir el alcance que puede tener ese comentario en ésta persona.
Y he aquí lo positivo de ésta experiencia; primeramente pude expresar mi descontento con lo sucedido; en segundo lugar pude mostrarme como persona ante mis alumnos y en  tercer lugar les enseñe (o intenté hacerlo) sobre el respeto y la aceptación de la diversidad.
Por último decidí no amonestarlos; estoy plenamente convencida que diez o quince amonestaciones no harán de ellos mejores personas; creo que al verme como una persona; saber cómo me había sentido y que había significado lo sucedido en mi vida; pudieron aprender más que si hubieran sido castigados.

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