UNA EXPERIENCIA PEDAGÓGICA
SÓLO MIRAR EL PIZARRÓN
Las experiencias que te tocan vivir a lo largo de la vida, a veces pueden superar lo imaginable.
Llegado el mes de octubre los estudiantes de 2º y 3º año de una escuela se van de viaje a Villa Gessel por diez días. Todo esto se enmarca en un proyecto que se llama “De la montaña al mar”. En este proyecto incluyen también a chicos de escuelas vecinas, por lo cual ese día, el de partida, se corta la calle de enfrente de la escuela y se alinean los gigantescos colectivos en fila para cargar el equipaje de los casi 200 niños, durante medio día.
Muchos preceptores, que ya tienen experiencia en la escuela y en el proyecto, forman parte de los pasajeros, pero por supuesto la misión de estos no es precisamente la de pasear.
Para mi suerte, el año pasado, al partir preceptores de viaje, hizo falta alguien que se quedara en el lugar de la Yoli. Ella es una chica que no aparenta más de 25, de las preceptoras más queridas y respetadas por los chicos, no sólo habla con la mamá cuando su hijo tiene problemas con su dulcesita voz, (para que no le vayan a pegar) sino que además acuerda con ésta líneas de acción en conjunto para que todo se solucione. Por supuesto que el niño en cuestión está presente y tiene el derecho de aceptar, sugerir o no en este encuentro. También Yoli se encarga de aconsejarlos, conoce toda la vida de cada uno de los chicos a su cargo que deben de ser cerca de noventa, porque tiene a cargo tres cursos: un octavo, un segundo y un tercero.
Así fue, que mientras la Yoli se iba de viaje, me quedé al frente de tamaña tarea porque me incluyeron en el proyecto por ser conocedora de la escuela, mamá de alumnas en la misma, con mis materias de Historia encima y por ser mayor y eso supone que me van a respetar. (Tales fueron los argumentos de la Directora cuando me comunicó su decisión de convocarme)
Y mientras la Yoli se iba, yo sentía que mi coraje ya no tenía límites… ¡Semejante tarea en la que me había embarcado!
Para que me fuera acostumbrando me incorporé una semana antes y nunca sentí que los días se pasaran tan rápido, la Yoli se me iba y yo todavía no estaba lista. Cuando se lo decía se sonreía y me miraba con ternura.
Bueno, pero la cuestión fue que encima de que mi hija menor se fue en ese viaje (¡Qué cosa!) me hice cargo de cuidar a los setenta que quedaron de la Yoli.
Mientras ella estuvo logré superar el susto de tomar lista (y eso que soy bastante corajuda), designar quiénes tienen que limpiar el curso al terminar la jornada, hacer el parte de las inasistencias para los profesores…
La cosa era que ella estaba en todos los detalles, y yo me olvidaba de uno cuando me acordaba del otro, y ella con mucha paciencia me volvía a enseñar.
Un día me llamó para conversar con un chico porque no quería ir al viaje porque no lo dejaba la novia que iba a octavo o noveno. Ella lo quería convencer a toda costa, le prometía que si quería le comprara cosas y me las dejara a mí para que cuando él quisiera yo fuera y se las diera. (¡Encima romántica la Yoli!)
Bueno, la cosa fue que de pronto me encontré con todo este “camión” de tareas, porque no era poco intentar reemplazar a la Yoli.
La noche anterior a que se fueran de viaje casi no dormí, creo que no me preocupaba tanto que mi hija se iba de viaje como la tarea que me esperaba.
Cuando iba entrando a la escuela pensé “Si estoy nerviosa que no se note”, imaginé que era una de las tantas veces que entraba a la escuela para una reunión de padres, saludé a toda esa gente querida en el camino, celadoras, chicos que ya conozco de hace muchos años, profesores que identifico, la regente que es un sol… Decididamente fui y busqué el registro y las carpetas de mi gran compañera de la semana anterior.
Caminé erguida y con paso firme por el pasillo que lleva a las aulas, dejé las cosas sobre el escritorio que por dos semanas iba a ser mío, y salí al patio para acompañar cuando se hizaba la bandera a mis compañeras preceptoras y a mis niños.
Traté de sonreir lo más que pude, todavía quedaba gente por saludar. Afuera los micros se estaban preparando para irse. Como todos los años era un día atípico, eso se podía ver hasta en el aire. Para mí era el día más raro de mi vida. Varias veces había vivido este momento cuando despedía mis otras dos hijas cuando se fueron al mar, pero ahora … ¡estaba adentro!
Los chicos inmediatamente se encargaron de romper el hielo:
- Prece… ¿su hija también se va?
- Prece… ¿cuál es su hija?
- Prece… yo me acuerdo de usted cuando era de la cooperadora de la escuela primaria.
- Prece… ¿no le dan ganas de irse a usted también?
“Prece”, ya no era más la señora de Sosino, o la mamá de… ahora era la “prece”. ¡Qué rápido se adaptan los chicos! ¡Con qué naturalidad lo toman todo!
Bueno, allí me di cuenta que había aprendido lo que la preceptora anterior me había enseñado. No me olvidé de ningún detalle, y si me lo olvidaba los chicos se encargaban de recordármelo y eso me divertía mucho.
¡Quién diría que iba a vivir tantas experiencias en tan poco tiempo! Pero de todas, una me marcó gratamente y para siempre… nunca me voy a olvidar de ese día.
“La de matemática”, como la llaman los chicos, faltó sin previo aviso. Inmediatamente hice lo que siempre se hacía en este caso, buscar otro profe que ocupara el espacio. Recorrí la escuela preguntando a todo el mundo por un profesor que quisiera adelantar la hora pero ya estaban todos ocupados.
Miré el horario, la próxima hora les tocaba inglés, había que buscar a Ana, la profesora, y ver si podía venir, (A ella la conozco desde hacen muchos años) pero ya estaba dando clases en otro curso, y la única solución que se le ocurrió fue sugerirme lo que siempre hacían con mi antecesora: Darme su cuaderno de tareas y que los “entretuviera con eso”.
O sea… me tocaba dar la clase a mí, y encima de inglés!
Yo había tenido algunos acercamientos a esta tarea explicando algo de inglés a mis vecinitos cuando vivía en Giagnoni, y me había ido bastante bien porque habían rendido bien, pero en ese tiempo era sólo enseñar lo mismo que me habían enseñado un tiempo antes. Entonces la cosa pasaba por tomar aire, apretar bien el cuaderno y entrar al curso. El tema a aplicar era fácil, gracias a Dios lo sabía.
¡Ni qué hablar cuando les dije que les iba a dar la clase de inglés!
- Prece… ¿Por qué? ¡¡¡Nooo!!!
- Prece… ¡Es hora libre!
Esos rezongos se parecían mucho a los que esgrimían mis hijas cuando las quería hacer que hicieran algo. Y bueno, en realidad no tenía muchos argumentos para explicar el por qué tenían que hacer tarea en hora libre, había que mantenerlos ocupados y yo no había previsto nada para esta situación… ¡Cómo no lo pensé!
Silenciosamente giré, busqué una tiza y miré el pizarrón.
Me acordé de aquella frase del Martín Fierro “vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda...” y me reí sola de mi sentido del humor. Sentía sus miradas en mis espaldas y pensé que ellos pensaban “a ver con qué nos sale ésta”.
Deben haber pasado sólo unos segundos, el verde del pizarrón me invadió con su proximidad, visto desde allí… ¡Era inmenso!
Afirmé la tiza en él y empecé a escribir. Expliqué el uso de “a” y “an” mientras me miraban con mirada aprobadora, la profesora les había dicho lo mismo. Había superado la primera prueba. Ahora había que hacer que escribieran.
Unos más lento que otros, fueron abriendo sus carpetas y empezaron a escribir, pero cuando aún no pasaba ni la mitad de la hora ya habían terminado. ¿Y ahora?
Otra vez me acordé de los versos del Martín Fierro…
Empecé a inventar nuevos ejercicios con las pocas palabras que manejo de inglés y los hice pasar a completar en el pizarrón según el orden en que se encontraban sentados, ya en la segunda vuelta descubrí que ya estaban ansiosos por pasar.
- Bah! Eso es fácil, prece.
- Yo ya sé eso, prece.
Hasta el que más miedo le tenía porque siempre me miraba indolente como con pocas ganas de escucharme, completaba. Creo que le gustó darse cuenta que él también sabía hacer bien las cosas…
A una nena que vi muy entusiasmada, y que también era de las que me miraban sin mirar (ya había tenido algunas peleas con otras chicas) le dije que me había sorprendido su entusiasmo y que quizá su futuro estaba en ser profesora de inglés y desde ese día cambió y me miró de otra manera.
A estas alturas el pizarrón y yo éramos una sola cosa-persona, y si no fuera porque ese día me había ido con ropa negra ni se habría notado mi acercamiento a él.
Pasaron varios días más hasta que llegara la Yoli. Algunas chicas ya me saludaban con un beso al entrar, así mismo siguieron preguntando cosas de mi vida… (Debe haber sido algo muy intrigante para ellos) Continué contestando todas sus preguntas, especialmente las referidas a mis estudios terciarios, eso me daba pié para aconsejarlos que siguieran estudiando, les contaba hasta de cuánto gastaba en mi carrera para que así pudieran planificar en algo su futuro.
Y por fin llegó el día. Un domingo al medio día llegaron los colectivos con mi hija y la Yoli.
El lunes, pensé, cuando la vean se van a poner re contentos… el martes volveré a cursar al terciario y todo será un recuerdo inolvidable.
Pero la vida, o mejor dicho los chicos, me tenían reservada otra grata sorpresa…
En el pasillo que conduce a las aulas, donde también están los escritorios de los preceptores, hay pizarrones en las paredes. Allí, durante la semana del Estudiante todos escriben los nombres de sus promociones con los de ellos alrededor, miré mientras me despedía de una de las más felices experiencias de mi vida y vi, que abajo en la esquina decía: PRECE: SUSY.
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